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martes, 11 de octubre de 2011

Perú, país nuclear [pt. 1]




Un desastre ecológico que sufriremos aún cuando somos uno de los países menos contaminantes en todo el mundo, dado nuestra limitada capacidad industrial.

La otra ironía: que nuestro abastecimiento energético dependa del petróleo, gas y carbón: los principales elementos responsables del calentamiento global. Y según cálculos del científico, en treinta años ya no quedarán reservas de esta energía fósil en ninguna parte del mundo.

En términos geopolíticos, esto significa inseguridad energética en la región.
En cualquier otro sentido, esto significa crisis económica, hambrunas, guerras y dependencia económica a países vecinos.

Ese es el futuro próximo según Rolando Páucar Jáuregui, director del Instituto de Investigación para Energía y Desarrollo (IEDES). El científico acaba de publicar dos libros casi al mismo tiempo: Energía nuclear: Riesgo y oportunidad para Latinoamérica y la compilación de artículos periodísticos Ciencia y Tecnología: el observatorio nuclear. Ambos compendian una desmitificación del miedo a la tecnología nuclear.

─La paradoja es que suele hablarse del uso de energía renovable como la eólica, la solar y la proveniente de las hidroeléctricas, pero la cuestión es que si habrá cambios climáticos y estas energías dependerán de esas mismas condiciones climáticas, ¿son seguras estas fuentes de energía?

Como pensar en construir una costosa hidroeléctrica en un lugar que en veinte años va a ser un cauce seco. O instalar un aparatoso generador eólico que solo tiene una duración de quince años.
Desde esa perspectiva, habría otra alternativa de fuente energética. La nuclear, por ejemplo.
La proveniente de un reactor capaz de irradiar a países enteros.

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Posibilidad de accidentes nucleares.
Proliferación de armas nucleares.
Incertidumbre ante los desechos radiactivos.

Esas son las preocupaciones masivas cada vez que se habla de energía nuclear. Tres temores reales y válidos que la prensa cotidiana ha convertido prácticamente en mitos.
Porque los diarios no mencionan de que hay más probabilidades de daños y muertes en una central hidroeléctrica que en un reactor nuclear: de hecho, en el registro de accidentes en industrias energéticas peligrosas, las centrales ocupan el primer lugar. Luego le sigue la extracción de carbón: solo en China, cada año fallecen cinco mil obreros en esta actividad, sea por derrumbe en las minas o por alguna explosión.

La industria petrolera no se queda atrás en esta lista de riesgos y tiene dos variantes muy conocidas: el estallido de alguna planta petroquímica o los derrames del mineral en mares y océanos que, a la larga, implica una muerte lenta de animales y personas por contaminación y calentamiento global.

Después de todas estas actividades, recién aparece la problemática de las centrales nucleares. Y si uno hace un recuento de la cantidad de víctimas por accidentes que cada año fallecen por estar directa o indirectamente expuestos a un reactor nuclear, la cantidad es mínima.
Lo de Fukushima ya lo demuestra. Allí ha habido tres muertos hasta el momento: dos que murieron ahogados por el tsunami y uno por paro cardíaco. Nadie por radiación.
Se supone que hay trabajadores irradiados, pero solo es una suposición creer que van a fallecer por eso mismo, dice el científico.

─Existe un término que los investigadores usamos mucho: la palabra probabilidad. Por probabilidad se puede entender que solo porque recibas una pequeñísima dosis de radiación, ya estás expuesto a sufrir de un cáncer, dice Rolando Páucar.

Y agrega:
─Con algo de radiación quizá puedas contaminar a una sola persona, pero no significa que contaminarás a cien más: necesitarías algo más de intensidad porque ningún organismo reacciona igual. Por lo mismo, como es un tema de probabilidades, el problema de la radiación no debería generalizarse.

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Si se considera que la cantidad de radiación que han recibido los operadores japoneses de Fukushima está por debajo del límite que se podría considerar una emergencia radiológica ─200 milisieverts─, entonces no necesariamente deberán sufrir trastornos por su exposición.
Quizá lo que sufran a futuro podría deberse a su predisposición genética heredada de los padres o alguna enfermedad contraída en el tiempo. Tal vez un accidente casero podría terminar en muerte sin que la radiación haya tenido que hacer su parte.

Probabilidades.
Los trabajadores de Fukushima han recibido la misma cantidad de radiación que recibimos cualquiera de nosotros en una tomografía médica. O una prueba de rayos X.
─Las radiografías que se realizan en Estados Unidos tienen un límite mucho mayor de radiación de lo que se considera de riesgo en cualquier central nuclear ─dice Páucar.

Es una polémica que una doctora norteamericana intensificó no hace mucho con un estudio: por una cierta cantidad de tomografías realizadas, demostró que existía un porcentaje exacto de pacientes fallecidos por la misma radiación del tratamiento.

Lo demostró matemáticamente.
Surgió el escándalo: ¿Qué propició la muerte de esos pacientes? ¿La enfermedad o el tratamiento?
En otras palabras: solo por someternos a tomografías, ya podríamos estar expuestos a morir lentamente por radiación.
Y si insistimos en su equivalente de probabilidades, también podríamos compararlo con cuántas personas tienen la posibilidad de fallecer hoy mismo en un accidente de tránsito. O con un coágulo de sangre atravesado en el cerebro.

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R = P x D.
Riesgo es igual a la probabilidad multiplicada por el daño del accidente.
Esta fórmula puede explicar el terror asociado a los reactores nucleares. La sensación de caos radiactivo. El desorden de emociones negativas.

─Con esta ecuación los científicos consideran siempre el factor riesgo de cualquier propuesta ─dice Rolando Paúcar─. Sin embargo, la población solo se interesa en los daños porque no se preocupa por entender las probabilidades estadísticas. Peor aún, si la percepción de peligro de esta población ─su percepción, que bien puede ser equivocada, desinformada o incompleta─ es demasiado elevada, entonces simplemente se sataniza o bloquea la alternativa científica.

Adivinen quiénes ayudan a generar esta percepción.
Una percepción que se construye de manera ilógica. Porque uno puede estar residiendo al lado de una gran planta química que no tiene control de emisiones contaminantes, y sin embargo vive alerta de que su almuerzo no incluya alimentos transgénicos.

La misma preocupación que tenemos por la contaminación de los autos sin reparar que las paredes de nuestras propias casas emanan plomo por la pintura con la que fueron barnizadas.
La misma inquietud que hace que nos preocupemos de la radiación de un horno microondas cuando todo el tiempo usamos el teléfono celular muy cerca del cuerpo ─cuando hoy la OMS previene acerca de una posibilidad cancerígena asociada─.

─Entonces el temor de recibir radiación de una central nuclear y morir por ello proviene de una información mal entendida ─dice el científico─. Como existe miedo, la percepción de riesgo aumenta.

Solo por el uso indiscriminado del celular, ¿nos impacienta llevarnos una fuente de radiación ─quizá mínima, quizá no─ a la cabeza?

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─El Perú es rico en posibilidades energéticas. En recursos hidroeléctricos poseemos un potencial de 60 mil megavatios. Sin embargo, solo generamos seis mil y, por consiguiente, ya estamos desabastecidos de energía ─dice Rolando Páucar.

Más ironías: como el flujo de los ríos está disminuyendo, las hidroeléctricas peruanas se están alimentando de represas. Y una represa ─como la que se planificó para Inambari─ implica que se sumerjan miles de hectáreas de naturaleza viva: entiéndase esto como zonas boscosas, tierra fértil y restos fósiles que, al entrar en contacto con el agua y el sol, fermentan y generan metano.

Una fuente de metano tan contaminante como la producida por la industria del carbón.
─Cada año deberíamos estar produciendo 300 megavatios adicionales debido al crecimiento poblacional. Pero no se producen ─dice el científico─. Es más: se pretende generar energía a partir del gas y el petróleo, pero eso es inviable porque con estos combustibles se quema una energía para producir otra energía.

Otras alternativas: la energía eólica y solar. También inviables por los costos de su tecnología.

El precio actual de un solo megavatio ─producido en las hidroeléctricas del país─ es de 40 dólares y es propensa a elevarse. Un megavatio obtenido con generador eólico costaría 70 dólares. Y a través de luz solar, 200.

Con una central nuclear costaría 40 dólares ─igual que la producida con una hidroeléctrica─. Pero su beneficio agregado es que sería un precio congelado en las próximas cuatro o cinco décadas, que es el tiempo de vida promedio de un reactor nuclear. Y sin necesidad de depender del agua y combustibles fósiles.
Solo de material radiactivo.

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Para producir energía de uso civil, todo reactor nuclear se alimenta de material radiactivo: ese es su combustible.

El uranio enriquecido, por ejemplo. El mismo que ahora se le prohíbe producir a Irán. El mismo que ahora está siendo explotado por Francia en el Sahara. El mismo que ahora se procesa en Brasil para alimentar lo que será el primer submarino nuclear de la región.

─¿Qué si el uranio es difícil de encontrar como el petróleo o el gas? Al contrario, es facilísimo hallarlo ─dice Rolando Páucar ─. El uranio está en todas partes del mundo. Si sales al jardín de tu casa y coges un puñado de tierra, ese puñado ya contiene uranio en pequeñas proporciones. Toda la corteza terrestre está compuesta de uranio.

Yacimientos de uranio que podrían ser la envidia de cualquier país europeo: Macusani en Puno y Concepción en Huancayo.

Un mineral que, más allá de ser comercializado en el extranjero, bien podría servir de combustible a un eventual reactor nuclear peruano.
─Tampoco es necesario que dependamos exclusivamente del uranio: con un debido proceso, cualquier mineral puede convertirse en radiactivo ─dice el físico nuclear─. Si irradias el molibdeno obtendrás tecnecio, algo tan utilizado en la medicina, la agricultura y la industria en general.
En la medicina: con la sustancia reactiva que ingieres para que tu médico pueda observar ─por contraste─ lo que ocurre dentro de tu organismo.

Como una radiografía de colon con enema varitado, por ejemplo.

O en la agricultura: cuando esos rozagantes y coloridos vegetales del hipermercado son irradiados para suprimir hongos y bacterias.

─Hay que entender que nada es gratuito en la naturaleza: nosotros mismos estamos inmersos en un mundo radiactivo, recibimos radiación por todas partes y no nos escapamos por más que nos enterremos en algún lugar ─dice Rolando Páucar─. La radiación cósmica proviene del universo entero y se encuentra en todo lo que nos rodea y en todo lo que construimos.
De hecho, los seres humanos también somos emisores de radiación.

Porque respiramos y almorzamos carbono 14: la misma que ayuda a detectar la antigüedad de los restos fósiles. Y porque en nuestra sangre circula potasio 40. Elementos que nos hace proyectar 48 mil fotones hacia el exterior, hacia cualquiera que se atraviese por nuestro camino, salpicándolo. Una radiación que es parte de los cambios corporales en el tiempo. Quizá incluso de la energía vital. O del alma. O del amor.

─La radiación no es ajena a la existencia del ser humano. Y hoy en día utilizamos fuentes radiactivas en provecho del hombre: sin una radiografía no se podría operar ni hacer diagnósticos médicos, por ejemplo. Es un riesgo aceptado por la sociedad en pos de un beneficio neto positivo, pero la gente parece olvidarlo por momentos.

Y el científico agrega:
─En conclusión: tenemos la necesidad de la energía nuclear, pero esa energía ─como cualquier otra─ tiene sus amenazas.


─Después de Bangladesh y Honduras, el Perú es el tercer país en el mundo que sufrirá todos los estragos del cambio climático mundial. Y esto porque tenemos muchas regiones importantes y disímiles entre sí, como desiertos, selvas y nevados ─dice el físico nuclear Rolando Páucar Jáuregui.

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